ALCHEMIST’S LABORATORY, 1570 – JAN VAN DER STRAET / FOTO: ERICH LESSING / ALBUM/ALBUM ART / LATINSTOCK Fue tomando literalmente el lema de la Royal Society, Nullius in verba, o sea, no crea en la palabra de absolutamente nadie, un aviso de que, en ciencia, es fundamental poner las manos a la masa, como las estudiosas Ana Maria Alfonso-Goldfarb y Márcia Ferraz, las dos del Centro Simão Mathias de Estudios en Historia de la Ciencia (Cesima) de la Pontificia Facultad Católica de São Paulo (PUC-SP), hicieron un hallazgo asombroso en 2008. Al escudriñar montañas de documentos de la institución inglesa, hallaron la receta del alkahest, el supuesto resuelva universal alquímico que podría disolver alguno substancia y reducirla a sus elementos primarios ( lea en Pesquisa FAPESP núm. 154). Pero había ciertas lagunas para cerrar la situacion, en especial para descubrir quién había sido el creador de la copia de la receta hallada. De vuelta a los ficheros, las estudiosas dilucidaron el secreto, pero solo por abrir otro, mucho más instigador aún: el hallazgo de una receta de la célebre piedra filosofal que, según se creía, transmutaría metales despreciables en oro.
Fue una enorme sorpresa, pero en cierta forma incómoda, ya que, como historiadoras de la ciencia, se nos hace bien difícil constatar poco a poco más de qué forma la alquimia fue esencial en la consolidación de la novedosa ciencia en pleno siglo XVIII. Pero resulta esencial resaltar que esta permanencia de la búsqueda de la transmutación se encontraba pensada mucho más en el sentido químico, de manera especial como un instrumento de adelanto de la medicina, que en su carácter esotérico. O sea destacable en las intranquilidades de hombres como Boyle o Newton, entre otros muchos nombres de peso, que creían en la presencia de la piedra filosofal, enseña Ana Maria. Las profesoras estiman que los trabajos con la piedra filosofal se hacían en el campo de la ciencia de la temporada, si bien hay otras visiones. El baconismo entró en la Royal Society distorsionado por el prisma de un conjunto relacionado a Samuel Hartlib, entre los creadores de la institución. Este círculo llevaba al máximo los preceptos de Bacon de estudiar lo más reciente, extraño y extraño en la naturaleza, mezclándolos con un interés persistente en conocer invenciones útiles, sin por este motivo ignorar las ideas herméticas, reanudando las proyectos de Paracelso y Helmont. Es suficiente con ver de qué forma Boyle sostenía su interés de mínima molesto en cuestiones de filosofía natural, y se encontraba presto a admitir cualquier género de fenómeno, siempre y cuando pudiese comunicarlo en líneas mecánicas. Esto incluía la piedra filosofal. Newton, en carta a Henry Oldenburg, secretario de la Royal Society, llega a quejarse de que el compañero debería sostener silencio y no publicar los misterios de un auténtico pensador hermético, asegura el historiador Theodore Hoppen, enseñante de la University of Hull y creador del estudio The nature of the early Royal Society.